Sabemos que la vida es un constante aprendizaje. Este es un concepto que venimos escuchando desde que tenemos memoria. Pero en este momento de nuestra historia política-social, esta simple y trillada frase toma dimensiones impensadas. Se corre de ese lugar de "paradigma" para pasar a cobrar vida y movimiento tan concretos y vertiginosos que me encuentra desprevenida. Como a tod@s. Sólo que algun@s aún no se avivan de lo que implica. Y por eso quedan en evidencia.
Después de la muerte de Nestor Kirchner, todos los argentinos entramos en una especie de turbulencia, que hizo caer más de una careta, más de una postura. Entramos en un tiempo en donde ya nada es igual, donde las mismas frases, los mismos argumentos, las mismas estrategias ya no resultaron efectivas para acallar nuestras conciencias de buenos ciudadanos.
Más allá de mi personal postura en cuanto a los medios de comunicación, que hoy por hoy, (no nos engañemos), queda claro que son el "primer" poder, aún aquell@s que no se detienen a analizar profundamente cada suceso que invade nuestras vidas, comienzan a sentir que ya nada es igual. Y si después de 50 años de adormecimiento y costumbre, nos sentimos apasionados (muchos) o exaltados (otros tantos), es porque algo ha cambiado. Y los cambios son siempre parte del movimiento, y el movimiento, siempre apunta a reacomodar.
En este caso, la famosa frase de Cervantes: "ladran Sancho", tiene una connotación mucho más profunda que la simple y tendenciosa necesidad de protagonismo. Habla de una visión gestáltica y profunda... habla de un sentimiento. Habla de lo que no se puede "hablar". Porque no hace falta, porque está a la vista.
No es tan difícil comprender tanto odio, tanta discriminación, tantos palos en la rueda. Es simple, es básico, es parte de la condición humana. Muchas personas siguen pensando que el "poder" (ya sea económico, intelectual, cultural, etc.), les va a garantizar el paso por esta vida de manera "gloriosa" (un concepto, a todas luces arcaico), mas, aunque cueste creerlo, la iglesia católica sigue teniendo un alto porcentaje de influencia en este pensamiento. Es su raíz en muchos casos.
Sin embargo, nada puede detener el devenir de los acontecimientos, y más temprano que tarde, deberemos bajar la cabeza y pedir perdón. Pero no para ser aceptados en el paraíso, sino para entrar en nuestras propias casas.
Después de la muerte de Nestor Kirchner, todos los argentinos entramos en una especie de turbulencia, que hizo caer más de una careta, más de una postura. Entramos en un tiempo en donde ya nada es igual, donde las mismas frases, los mismos argumentos, las mismas estrategias ya no resultaron efectivas para acallar nuestras conciencias de buenos ciudadanos.
Más allá de mi personal postura en cuanto a los medios de comunicación, que hoy por hoy, (no nos engañemos), queda claro que son el "primer" poder, aún aquell@s que no se detienen a analizar profundamente cada suceso que invade nuestras vidas, comienzan a sentir que ya nada es igual. Y si después de 50 años de adormecimiento y costumbre, nos sentimos apasionados (muchos) o exaltados (otros tantos), es porque algo ha cambiado. Y los cambios son siempre parte del movimiento, y el movimiento, siempre apunta a reacomodar.
En este caso, la famosa frase de Cervantes: "ladran Sancho", tiene una connotación mucho más profunda que la simple y tendenciosa necesidad de protagonismo. Habla de una visión gestáltica y profunda... habla de un sentimiento. Habla de lo que no se puede "hablar". Porque no hace falta, porque está a la vista.
No es tan difícil comprender tanto odio, tanta discriminación, tantos palos en la rueda. Es simple, es básico, es parte de la condición humana. Muchas personas siguen pensando que el "poder" (ya sea económico, intelectual, cultural, etc.), les va a garantizar el paso por esta vida de manera "gloriosa" (un concepto, a todas luces arcaico), mas, aunque cueste creerlo, la iglesia católica sigue teniendo un alto porcentaje de influencia en este pensamiento. Es su raíz en muchos casos.
Sin embargo, nada puede detener el devenir de los acontecimientos, y más temprano que tarde, deberemos bajar la cabeza y pedir perdón. Pero no para ser aceptados en el paraíso, sino para entrar en nuestras propias casas.
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